En
el mundo se utilizan más de 1000 plaguicidas para evitar que las
plagas estropeen o destruyan los alimentos. Cada plaguicida tiene
propiedades y efectos toxicológicos distintos.
Pero en los últimos años se han alzado algunas voces que ponen en
entredicho su utilidad y advierten de sus riesgos para la salud.
Ahí
dos puntos de vista sobre los que están a favor y en contra,
comparemos los dos argumentos.
A
FAVOR DE USAR PESTICIDAS
Podrá
decirse que los productos
fitosanitarios o plaguicidas tienen efectos nocivos, pero eso sólo
es cierto si se utilizan de un modo inadecuado, desautorizado o
abusivo. Su uso responsable y equilibrado no proporciona más que
ventajas para el productor y para el consumidor, y no deja de ser una
muestra más de los avances que se incorporan al aprovechamiento
racional y productivo de los recursos naturales.
Los
productos fitosanitarios o plaguicidas se emplean para dar salud a
las plantas, aumentar su producción por hectárea y mejorar la
calidad de la cosecha facilitando su conservación y contribuyendo a
una mejor conservación.
Sin
su uso desaparecerían bosques y selvas, pues se incrementaría la
superficie necesaria para la producción de alimentos. Contribuyen
a que dichas plantas crezcan sin plagas, enfermedades y malas
hierbas, por lo que permiten trabajar año tras año los mismos
cultivos. Han propiciado la “revolución verde”, mejorando
genéticamente las plantas y permitiendo que su capacidad productiva
sea superior.
Los
plaguicidas han liberado una gran cantidad de mano de obra en el
campo, favoreciendo a la industria y a los servicios y permitiendo
que los agricultores tengan un mejor nivel de vida al aumentar las
producciones.
Los
productos son más fáciles de almacenar y se evitan las pérdidas de
la cosecha en los almacenes; además, con ellos se dispone de
reservas de mercancía a lo largo del año y para años posteriores.
Permiten
conservar las frutas y las hortalizas durante el transporte sin que las
enfermedades hagan estragos. Eliminan
los parásitos –moscas, mosquitos, chinches, pulgas, piojos,
cucarachas, hormigas...–, de algunos de los cuales ya sólo se
tiene conocimiento por los libros y las enfermedades transmitidas por los
insectos o roedores, como la fiebre amarilla o la peste. Facilitan
la recolección, al no existir malas hierbas que impidan el buen
funcionamiento de las cosechadoras. Las cosechas son más limpias y
de mayor calidad.
EN
CONTRA DE USAR PESTICIDAS
Si
aceptas los datos de las investigaciones científicas sobre las
graves secuelas que ha acarreado la química agraria... Si sumas
nombres como Bhopal y Union Carbide o el Rhin y la Sandoz de Basilea,
dos de las mayores catástrofes ambientales de la historia, entonces
no te cansas de proponer la erradicación de unos venenos en absoluto necesarios.
Antes
de la era química se perdía del 30 al 35 por 100 de las cosechas.
Ese porcentaje se mantiene casi sin disminución tras contaminarlo todo
y erosionar el suelo. Incluso si los plaguicidas hubieran
conseguido un incremento espectacular de los rendimientos agrarios,
es tan grande la factura sobre la salud de las personas y del
ambiente, que nada hay tan sensato como rechazarlos.
La
universidad americana de Cornell demostró que si éstos se dejaran
de usar, los costes de explotación descenderían un 9 por 100, y las
cosechas, un 4 por 100, disminuciones más que compensadas por la
cadena de beneficios ambientales desplegados por la no contaminación
del agua, el
aire y el suelo.
Según
la Organización Mundial de la Salud, tres millones de personas
sufren cada año envenenamientos por pesticidas, con unos 20.000
fallecimientos.
Además,
la Academia de las Ciencias de Estados Unidos estima que 28
plaguicidas pueden causar cáncer. Es cierto que la mayoría de las
sustancias permanecen poco tiempo en el ambiente, pero pueden
recombinarse con
efectos aún menos conocidos.
Hay
insecticidas en todos los rincones del planeta, incluso en las aguas subterráneas. Está
demostrado que menos del 1 por 1.000 de los biocidas alcanza su
objetivo; es decir, el 99,9 por 100 de cada kilogramo de insecticida
acaba contaminando
el agua, el suelo y el aire. Parece, pues, más una adicción a una
peligrosa droga que una racional gestión de lo más crucial: la
alimentación correcta de nuestro organismo, algo a nuestro alcance
con los métodos ecológicos de la agricultura.
Y
tu? Habiendo elido las dos posturas, cual crees que es la apropiada?